Yo la vi rogarle una vez
que rozara con sus labios
su más profunda piel.
Y la vi llorarle a los pies
toda aquella sangre
que no pudo perder.
Yo la vi,
su vida era pobre,
rica también.
Yo la vi,
sus labios ardían,
era tan exquisita.
Él confundía
a menudo
sus nombres.
Él la bebía
como a un té.
Té sin azúzar,
así, como viene.
Como alguien lo entrega,
sin preocupación.
Ella era un té espontáneo.
Era una mirada
de esas que van
hacia donde no se debe.
Ella era los ojos
de un pobre diablo,
que gozaban los pechos
de una prostituta.
Era una corona de barro.
Era lo simple,
y lo natural.
Era el amor en forma de sangre,
y de divinidad.
Era mujer
y era feroz.
Era la diosa que al hombre
creó.
Tenía piel deliciosa.
Así él lo firmaba.
Suyas eran sus manos gloriosas.
Manos que tantas veces,
tanta carne habían rozado.
Y tanto aire habían contenido.
Y tanta respiración,
y tantos labios,
y tantas piernas,
y tantos brazos...
...habían sostenido.~